Yo el peor de todos: las consecuencias de la desvalorización personal y baja autoestima

La valorización personal o buena autoestima es la autoconsciencia de los recursos y potenciales propios, así como el reconocimiento de cuáles son las deficiencias y aspectos débiles. Sin embargo, la mayoría de las personas no son buenas valorándose y hacen lo posible para tener autoestima tomando caminos relacionales equivocados.

Generalmente, los intentos por solucionar la baja autoestima fracasan y, por tanto, las personas sostienen su desvalorización a lo largo de años. Profundicemos.

Desvalorización personal, persistencia y resistencia al cambio

Muchas personas buscan reconocimiento en su entorno convirtiéndose en ayudadores o complacientes de otros. Pueden ser más o menos susceptibles a que no los tengan en cuenta, pero viven y crecen otorgándole preeminencia a los deseos de los otros y postergándose sistemáticamente.

Estas son algunas de las estrategias a las que recurren para salvarse de sentirse trapos de piso, cucarachas, inútiles, ineptos, minusválidos, granos de arena, burros, tontos, idiotas, entre otras alegorías descalificantes. Sin embargo, ninguna es efectiva. Por ello, en el fondo eso de sentirse cucaracha sigue persistiendo. Y si algo así persiste, quiere decir que no se ha solucionado. Esto conduce a la resistencia al cambio.

Sí, cuando ese algo (un gesto, una acción, una etiqueta, un estilo, un problema, etc.) se sistematiza en el tiempo, luego se resiste a ser modificado, lo que hace que la creatividad disminuya. Por ende, quienes se quedan anclados en la desvalorización personal se conducen con un repertorio estrecho de formas de solución que los lleva a hacer más de lo mismo, en vez de buscar otras opciones.

Aunque parezca extraño e increíble, hay personas que aplican una y otra vez las mismas medidas para resolver sus problemas, aún cuando el resultado no haya sido favorable. Dicho en otras palabras: hay personas que aplican más de la misma dosis de un medicamento a sus males, aún cuando ya la hayan aumentado en repetidas oportunidades y el “medicamento” no haya sido efectivo.

Las personas tienen facilidad para repetir el mismo método que las condujo a un resultado erróneo. Sin cuestionarlo o modificarlo para realmente obtener resultados diferentes.

Repetir los mismos métodos una y otra vez a menudo conduce a los mismos resultados y muchos de ellos vienen a ser fracasos. Estos ratifican la desvalorización personal, reafirman la baja autoestima y todos sus sentimientos concomitantes y subsecuentes.

Ejemplos de soluciones fallidas hay cientos. El que tiene fobia a los ascensores y demás espacios cerrados frente a la situación temida se repite una y otra vez: ¡no me va a suceder, no me va a pasar…!, para lograr que esa frase sea la llave efectora toda una cadena de síntomas.

La persona con anorexia que, de cara al no comer, todo su círculo afectivo le dice: ¡come, come! mientras ella rechaza más la comida. O el hombre que padece de depresión y se encuentra desganado, triste, angustiado y no siente ganas de levantarse de la cama y al que la esposa le sugiere: ¡mira qué hermoso día, levántate, salgamos a pasear!, lo que conlleva a que se sienta un inepto todos le recomiendan lo que debe hacer y él no logra realizarlo con gusto.

Buscar valor en el entorno, una estrategia desatinada

Quienes se refugian en la desvalorización personal, en el intento fracasado de obtener reconocimiento, al conseguir un resultado contrario al que desean, terminan consolidando su propia desvalorización en la realidad; cuando en realidad la cuestión es lograr la valorización del entorno.

Este es el caso de los dadores que siempre están dispuestos a ayudar a todo su círculo afectivo y por semejante incondicionalidad, terminan siendo usados y maltratados. También es el caso de los desvalorizadas que siempre privilegian el deseo de los otros, sufren y se sienten frustradas porque han pasado su vida sin cumplir los propios.

Ambas especies de ayudadores, intentan denodadamente encontrar la seguridad de las relaciones convirtiéndose en incondicionales hacia el otro. Estos desvalorizados abastecen a pleno a los otros buscando el valor hacia ellos, los colocan en primer lugar, no dejan fisura en los vínculos y terminan dependiendo en una posición vincular por debajo. No permiten que el otro desee o sienta necesidad de ellos, puesto que antes que requieran algo, allí están ellos abasteciendo la demanda.

Este grado de esclavitud afectiva no posibilita que el otro sienta necesidad de estar con el protagonista. Tampoco extrañarlo: si extrañar es recordar con deseo el hecho de estar con el otro, un desvalorizado que llene todas las grietas no da lugar a que sientan su falta, a que lo necesiten, por lo tanto, se vuelve invisible.

O sea, la incondicionalidad amorosa lleva a la invisibilidad, cuando lo que se busca es el efecto contrario. Con lo cual, el que tiene baja autoestima confirma su desvalorización personal en la realidad.

Otro recurso que fracasa es mostrarse como un buen alumno. Esos jóvenes que a través de las buenas notas y los actos con un grado supremo de perfección, esconden la necesidad imperiosa de ser aprobados, valorados y queridos. Entonces generan expectativa cero, porque sus padres, amigos, tíos y familia saben van a obtener los mejores resultados. Y es así cómo pierden protagonismo, ya que de ellos siempre se espera una buena nota y cualquier descollar no va a causar ningún tipo de sorpresa. Nuevamente, el efecto contrario a lo que se desea.

También hay quienes se colocan en una posición de dar lástima, o de debilidad, con la secreta expectativa de que los demás les devuelvan una imagen de fortaleza en la que les expresen reconocimiento por sus recursos y capacidad. En general, terminan generando repulsión en la gente porque su queja y su actitud de pobrecitos llevan a que los demás se cansen y eludan cualquier encuentro con los quejosos.

En algunas ocasiones, la toma de consciencia de aptitudes personales se realiza a nivel racional. El protagonista reconoce que posee una variada gama de recursos y aduce que se valora. En realidad, es un reconocimiento racional que, a la hora de hacer valer sus herramientas, cae en la trampa: se apoca, no tiene fe en sí mismo, se siente menos y esto se nota físicamente porque incluso encorva la espalda.

Detrás de la desvalorización personal: inseguridad, miedo y culpa

Otra de las consecuencias es la inseguridad. Cuando un individuo no se estima, no tiene seguridad a la hora de afrontar cualquier situación. En este sentido, la desvalorización personal y la inseguridad van de la mano. Una camina de forma paralela a la otra.

Un inseguro es inseguro porque cree que no tiene posibilidades, ni recursos que avalen su actuación. Pero, existe un tercer concepto que completa la trilogía: el miedo.

Una consecuencia de la baja autoestima es el miedo. La persona se llena de pensamientos negativos que lo inmovilizan y por los que se siente avergonzado para afrontar situaciones… Además de experimentar sentimientos y pensamientos que lo conectan con la impotencia.

Existe un cuarto sentimiento que los desvalorizados sienten: la culpa. Este es el sentimiento constante que acompaña en general a todas las formas de desvalorización personal. “Yo tendría que haber hecho; como soy tan estúpido que no lo hago…; si lo hubiese terminado ahora estaría trabajando en otro cargo…” y una amplia cantidad de rumias internas que hacen que el acuciado por la baja autoestima se autoflagele aún mas.

Una persona que no se valora ni cree en sus capacidades se siente incapaz de actuar porque se siente insegura de que su forma sea coherente y acertada. Entonces, le surge la duda. Se llena de preguntas que le incrementan la ansiedad y aumentan sus dudas iniciales. Entre cuestionamientos, intenta diseñar una planificación o construir diversas estrategias y formas para cumplir con el objetivo. De esta manera, tratará de anticiparse a la situación en pos de sentirse más segura.

Para el imaginario de la persona con desvalorización personal, cualquier situación se puede convertir en una prueba en la que se evaluará si vale o no vale. La asaltan fantasías de fracaso y falta de reconocimiento, fantasías que lo llevan a que sienta miedo. Miedo a que lo desvaloricen y descubran realmente quién es. Miedo a que sus imperfecciones e incapacidades queden a la intemperie. El miedo lo opaca, le hace perder el brillo de sus capacidades.

Una autoestima saludable: ¿es posible?

La baja autoestima es una sensación que dilapida y desbarata proyectos, bloquea posibilidades de ser creativos, genera inseguridad, incrementa por ende la angustia y ansiedad y transforma en complicada la complejidad de las relaciones humanas. Es tal cual una plaga que paulatinamente carcome, arrasa, penetra, en forma escueta o abrupta deteriorando la personalidad.

En cambio, la verdadera autoestima se siente. Es una sensación que emerge espontáneamente de cara a la experiencia. Es un sentimiento interior que no depende adictivamente del reconocimiento externo, sino de uno mismo.

Sentirse valorizado es un estado, una tendencia a rescatar lo positivo de las situaciones, las personas y la vida en general, así como también entender que no se es apto para todas las actividades o situaciones. Sería un mecanismo omnipotente creer que somos idóneos para todo.

Cuidémonos, cultivémonos y evitemos caer en la desvalorización personal. No la necesitamos, ni de lejos.

Por Marcelo R. Ceberio